jueves, 20 de enero de 2011

Mitos y Leyendas

EL DÍA QUE BAJO LA INDIA POR LA QUEBRADA DE LAS CRUCES





Esa leyenda fue recogida por ahí muy fragmentariamente, esta es incompleta pues no se pudo encontrar alguien que dieran amplios detalles del origen de esta versión. Con los datos recogidos, vamos a tratar de narrarla lo mejor posible.



Parece que “hubo en San Vicente” hace muchísimos años una inundación proveniente de la quebrada de “las Cruces” de la cual surgió la creencia de que las aguas se retiraran de las calles, de que todo había sucedido porque arriba donde nace la quebrada y que según se dice hay una laguna encantada cerca de la cual vivía una India y un Indio, hasta que un día la hembra decidió abandonar su compañero echándose quebrada abajo aumentando con ello el caudal hasta nunca biste, arrastrando a su paso todo cuando se le oponía por delante, árboles, piedras y lodo originado en San Vicente las inundaciones mencionadas.

Algunos lugareños disque fueron testigos cuando vieron pasar a la India sobre las aguas, sentada majestuosamente encima de un tronco enorme que al llegar al antiguo puente que unía al pueblo con el otro lado más abajo de donde hoy está el metálico, la india rompió los cables y se lo llevo.

En la laguna solitaria permaneció por unos días muy triste el indio por la desaparición de su compañera, hasta que decidió salir en su búsqueda quebrada abajo, encaramado sobre otro tronco y a su paso el agua se salía de la madre, pero había un algo que le impidió al indio pasar la parte donde el puente fue arrastrado porque el cura del lugar había lanzado un conjuro que impediría que el indio también pasara causando otra inundación.

Esto obligo al indio bajarse unos metros arriba del lugar conjurado para enrumbarse hacia donde el cura para rogarle que lo librara del conjuro, prometiendo que no causaría inundación; pero por más que rogó al cura este no le creyó, por el cual el indio tuvo que regresar a su lugar de origen derrotado.

Por todo esto, cada vez que cambia de cura San Vicente, por un lado este ya esta advertido por su antecesor aunque uno fue muerto violentamente.

Hace poco y por otro lado algunos lugareños conocen la historia ampliamente y que tan pronto se enterara del cambio del cura, lo visita inmediatamente para rogarle que no acepte darle el fin al conjuro si el indio viene y se lo pide y porque si no la quebrada se lleva enterita a San Vicente, a pesar de que el indio promete que no había inundación se pasa en busca de su compañera y a esos Chucureños a no la consta que el indio siempre está preguntando en la casa cural, si ya cambiaron el cura.


“LA SIEMBRA DE EL AGUA”


ENTRE MITOS LEYENDAS Y TRADICIÓN


Cuentan los abuelos que hace muchos años en nuestro pueblo se daban fuertes veranos y sequias a pesar de la espesa vegetación de aquí existe, entonces, por estos tiempos las gentes tenían que caminar durante largas jornadas para encontrar el agua para su sustento.

En una semana Santa, una campesina fervorosa se fue hasta la iglesia y hablando con el sacerdote logró que éste le bendijera un chucho o calabazo lleno de agua que luego sembraría en las raíces de unos árboles, junto con tres cabellos de la corona de una mujer construyo una pequeña gruta con la imagen de la virgen de Chiquinquirá, a la que rezaban el rosario y 33 credos, junto con sus pequeños hijos y hermanos quienes además hacían oraciones y suplicas, implorando con mucha fe el agua de sus necesidades.



Pasado 5 o 6 años luego de muchas tardes de oración, la mujer paseándose por su finca encontró que un aljibe había brotado metros más abajo del lugar de la misma siembra, corriendo llamo a su esposo y asombrada por el misterio de hecho les mostró que la obra se había convertido en el gran milagro tan deseado, nombrando a este como lugar santo y de mucho respeto.

Agua limpia y pura para sus quehaceres, para los animales y sus vecinos y así en épocas de verano no tuvo que aguantar más sequias.



Dicen que si el agua se malgasta o ensucia o se tiene con envidia, se corre el riesgo de que desaparezca, a partir de ese momento las mujeres empezaron a sembrar agua, era trabajo exclusivo de las damas de mucha fe, las aguas se cargaban en chucho o grandes calzados, grandes cajones hechos en cuero, cargados a lomo de mula.



Por eso en San Vicente, no faltará nunca el agua, porque nuestras abuelas con sus siembras volvieron nuestra tierra santa.

                                                    POR: MANUEL ENRIQUE HERNANDEZ GOMEZ



LA MANCARITA


Chucureños hoy en tránsito feliz por la tercera edad, son los escasos seres que pueden dar testimonio y fe de fenómenos culturales que se marcharon con menos silencio como transcurrieron.

La tranquilidad de nuestras comunidades veredales, el respeto a la vida del prójimo, su honra y sus bienes; Las dosis oceánicas de guarapo y chicha, como complemento de distracción y nutricional; las doncellas campesinas delirantes por los golpes de bandolas de sus apasionados galanes, todo aquello constituyó el hábitat de algo cuyo nombre hoy día no aparece en diccionario alguno, y nadie pudo definir exactamente si correspondía al reino animal de los racionales o era, por el contrario, el eslabón perdido de la naturaleza irracional, en camino hacia la racionalidad.

Aquel algo, dormitando en nuestras quebradas, cuyo silencio tan sólo guardaba analogía a una visita de novios de los de entonces.

Su nombre venía a los labios de colonos, cuando sus aullidos rompían la orquesta de sonidos de sonidos de la madrugada o el estampido de cazadores, cuando penetraban en sus dominios. Su nombre la Mancarita

Su sexo tuvo mucho de angelical, casi todas las versiones coincidían en que era del campo femenino, aunque no escaseaban ejemplares cuya identidad era la virilidad.

Una bella especie con figuras de mujer recubierta de vello, un seno de tamaño natural y otro muy largo y secretante, que alcanzaba su tamaño para poder descansarlo sobre un hombro, unos párpados que trataban de recubrir unos ojos que no ocultaban sus instintos ninfomaníacos, unos pies girados ciento ochenta grados, dejaban estampadas unas huellas inversas a la marcha que dejaban los humanos, era la figura temida por muchos hombres y quizás anhelada por unos pocos.

Esa temida mujer dormitaba en las quebradas, cuyas únicas obsesiones conocidas eran peinarse eternamente sus cabellos y lanzar sobre los hombres, unos cuantos hilos de leche de su seno para obnubilarlos y atraparlos. Posteriormente trasladarlos a secreta cuevas para convertirlos en eternos amantes y reproductores de infinitos mancaritos.

Un cazador perdido no merecía iniciarse su búsqueda, había sido arrebatado por la Mancarita, había que esperar que iniciara su fuga algún día. Con los años, muchos de ellos aparecieron con fantásticos relatos de esos años, donde todo había transcurrido en amor, procreación y pasión, no escaseando los mancaritos.

La Mancarita es una clásica leyenda de nuestro patrimonio cultural, de los años de la colonización. Es un producto de la interpretación de una naturaleza virgen y valiente, a través de muchos elementos que se confundían, no escaseando las alucinaciones de los primitivos alcoholes, la rica fantasía sobrenatural y la ignorancia.

La realidad de todo aquello se ha perdido. El mundo de las veredas es otro, la fauna y la vida no se respetan, las drogadicciones son otras y las bandolas se enmudecieron por tanta tristeza.

La Mancarita de pelo ya no canta, solo entierras muy lejanas nuestros campesinos a ratos escuchan la Mancarita de pluma, un rato ejemplar pariente muy cercano del búho, con sus cánticos de tristeza, como testimonio de protesta a todas las cosas que se marcharon.

 
LAS ANIMAS DE LOMA REDONDA







Juan bautista, era de aquellos viejos que tenían la costumbre de darle garrote a la propia mujer y por encime tener su mochoroca, la que visitaban después de descargar su furia a leña en su mujer!

Un jueves santo, viviendo por los lados de loma redonda; al caer la noche, Juan Bautista salió para donde una de sus mozas… ¡Pues se le antojaba tener todas las que podía visitar!... y con las ganas de darle una muenda a su mujer y con intención de matarla… ¡Parecía tentado de la diabla cuando se iba de visita!...

Pasando por una n hondonada volvió a mirar hacia una de las peñas cuando vio que de ella se desprendieron como siete lunas, tomando forma de espíritus blancos cuando se le acercaban y en llegándole lo encendieron a una juetera y arrastrada por los abrojales hasta donde las ánimas pudieron.

En semejante tragedia en que lo llevaban las ánimas; pasando por la casa de su suegra, sintió llegarle un pálpito de esfuerzo, pego carrera y entro casi tumbando la puerta cuando su suegra la estaba cerrando para irse a dormir.

Como estaban rezando el rosario, le arrebató uno al que estaba más cerca y solo alcanzó a decir: ¡Jesús, José y María!... antes de privarse; pero ya había alcanzado a oír a las ánimas que le decían: ¡Cumples o no cumples!

Al otro día conocido el hecho de su entrada de tal manera y de su desmayo, prometía a su suegra y a su mujer que cambiaria para no pasar sustos grandes por andar detrás de lo que no se le había perdido. Lo que nunca cumplió, ni siquiera antes de morirse.

 María Nieves Abreo-1997



EL DUENDE DE CANTARRANAS



Pasando el puente las Arañas se encuentra la finca Santa Elena, que hacia 1971 era dueño do n Siervo Hernández y como era costumbre por esos tiempos; todo dueño de finca tenia vivientes que cuidaban cuando el propietario no se encontraban o como simple compañidero. En esos tiempos eran vivientes Pastora Gamboa y su familia.

Un domingo, le dijo Pastora a Gladys una de sus niñas que la acompañara al corral a darle de comer a los terneros que hacía poco había encerrado.

Al rato de estar allí le dijo a Gladys, niña de siete años: - ¡Mijita, vámonos pa la casa! Lo que la niña contesto: ¡no mamita, déjeme un rato más y ya me voy!

-vámonos Mijita… ya son las cuatro y hay que hacer la comida.

La niña insistió e insistió y Pastora se fue para la casa a hacer la comida mientras Gladys se quedo en los corrales jugando.

Mientras las horas pasaban, Pastora se olvidó por un buen rato hasta que se acordó que Gladys se había quedado sola en los corrales; salió a buscarla, llamándola por todas partes sin encontrarla.

Al no hallarla, llamó a los obreros y demás familia, buscándola por todos los lados de la finca, junto al rio Chucuri, en el vecindario y por ninguna parte la hallaron ese día. Pastora en su angustia de madre aprendió camino hasta la subida de revienta indios donde encontró tan solo la huella de un enorme perro.

Al lunes, vino gente del pueblo, los soldados del ejército, la policía y cuantos conocían a la familia, buscando rio arriba y rio abajo; en tantas partes imaginables… y anda. Por último acudieron al perifoneo de la casa cural y la alcaldía por ocho días y tampoco obtuvieron resultados. Parecía que a Gladys se la hubiera tragado la tierra.

Mientras pasaban los días, Pastora lloraba, rezaba novenas y pedía a los cielos la protección de su hija.

Pero un sábado, igual al día en que se había perdido su hija; hacia las cuatro de la tarde… en la misma hora en que se había perdido; Pastora escucho en el potrero, el llanto de un niño; vacilante se fue arrimando al lugar donde salía el llanto, con un pálpito en el corazón.

Allí, toda arañada, como si la hubieran arrastrado por abrojales, encontró a la niña.

Con emoción de madre la alzó y tiro para el pueblo, pues presentía el mal estado de su hija y solo atinó a llevarla al hospital. Cuando ya pudo articular palabra, le preguntaban:

-¿Qué había pasado Mijita?’

-¡Que estando en el corral, un perro negro la había aupado y se la había llevado!

-¿A dónde Mijita?

-Allá por los lados de la estación Guapotá, por donde vive mi abuelita, montada en el perro.

-¿Y qué le daba de comer?

-Me metía entre las raíces de los árboles grandes, dándome de comer frutas, nada más.

Y me llevó a tantas partes que yo no conozco.

Pastora pensó que el perro era un duende, y había llevado a la niña a donde la abuela Margarita que la quería tanto y deseaba tenerla a su lado en Guapotá donde vivía y por eso el duende en forma de perro la había llevado allá.

Gladys no recordaba como la había traído de nuevo y su aparecida en el potrero; entre su nebulosa de recuerdos apenas recordaba que estando jugando con uno de los terneros, vio al perro negro, tan enorme como nunca había visto antes, y como si la hubiera cogido por la jeta de un brazo; la cabalgó tan rápido por lugares desconocidos y le parecía que los días y las noches le eran iguales.

Tan solo quería olvidar para siempre lo que le había pasado; aunque en el fondo jamás, tal vez lo lograría.
                                                               Socorro Hernández Caballero







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